miércoles, 18 de marzo de 2015

Verdad verdadera 7: la vida va de puertas....




Será por esa manía mía de asomarme a todas las puertas que se abren a mi paso, sera porque los mejores giros de mi vida comenzaron por una pequeña puerta que se abrió de repente y por la que me atreví a entrar. O igual es simplemente que me gusta el cambio.

Desde hace años fotografío puertas aquí y allá, viejas, nuevas, hermosas, destartaladas...que dan a casas a iglesias a chamizos o a ninguna parte...Me gusta pensar en quién las puso ahí, porqué, para evitar que las cruzara quién.. para invitar a que entrara quién...

Creo que concibo la vida como un pasillo laberíntico... lleno de puertas que se nos abren, que abrimos, a las que llamamos y desde las que nos llaman... algunas conducen a un nuevo pasillo, otras a jardines soleados en primavera, y algunas otras a sótanos pestilentes de los que cuesta salir.

Yo he cruzado el umbral de muchas de ellas y por eso hoy estoy aquí, escribiendo y fotografiándolas...

También hay puertas que se nos atraviesan.. esas que abrimos cuando sabíamos que no debíamos ni llamar y de las que salimos escaldados... esas que nos entreabren para dejarnos sólo intuir la luz al otro lado y luego nos cierran en las narices, dejándonos con el anhelo de aquella luz mientras tenemos que seguir camino por el viejo y conocido pasillo...Puertas a las que llamas a deshoras y te arrepientes, Puertas que no acaban de cerrar porque se dilataron del calor o encogieron del frío dejando  brisas fantasma escaparse por  sus quicios y perseguirte con "ysis", dudas, remordimientos....
Otras veces somos nosotros los que las abrimos para salir, para buscar otros pasillos, dejando las playas por otras puertas que den a suelos enmoquetados, esas siempre hay que dejarlas entornadas y con el farol encendido para poder regresar cuando nos cansemos de explorar. Y a veces también hemos de ser nosotros quienes cerremos esas otras puertas que dan a habitaciones vacías o llenas de pelusas, a cul de sacs, ésas que nos atrapan y no nos dejan avanzar; de ésas es mejor echar la llave y tirarla al mar, aunque duela, para no tener tentaciones de volver siquiera a llamar.

Y siempre está ésa puerta giratoria, la de casa, siempre abierta, para que entres y salgas cuando necesites, para que puedas rehacerte cuando te rompieron las alas, sin pestillos, ni contraseñas... en la que te puedes quedar dos minutos, una semana o media vida y por la que, si tienes suerte, nunca dejarás de cruzar.




 

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